Un don valioso que tiene el ser humano es la capacidad para
vencer las adversidades que le depara el destino y construir un camino a partir
de la nada.
Muchas veces uno valora a personas que marcan o han marcado a la humanidad por los logros obtenidos y tal vez no repara que, en su entorno, también están aquellos que desde el anonimato son ejemplos de sacrifico, lucha y superación.
Muchas veces uno valora a personas que marcan o han marcado a la humanidad por los logros obtenidos y tal vez no repara que, en su entorno, también están aquellos que desde el anonimato son ejemplos de sacrifico, lucha y superación.
Este es el
caso de Eulogia Pérez, una santiagueña de un metro cincuenta y cinco, pero con
una fuerza interior que la transformaba en un gigante difícil de precisar su
altura. A mí me toca, con orgullo relatar la historia de esta hermosa mujer que
el 26 de octubre del 2017 a los 93 años nos dejó para siempre. Quizás algunos
nunca supieron el porqué de sus enojos constantes, de su mal carácter o de su
incapacidad para demostrar afecto. ¡Una verdadera cascarrabias, Doña Pérez!,
como solían llamarla.
Conozcamos un poquito de su historia para entender como a
pesar de sus padecimientos pudo forjar su destino. Nació en Lugones, provincia
de Santiago del Estero el 11 de marzo de 1924, antes de los seis años quedó
huérfana y junto con su hermana fueron a vivir con sus tíos a una chacra. Un
hogar en donde faltaba de todo, hasta el afecto, por ese motivo cada miembro de
la familia tenía la obligación de colaborar con la economía familiar.
A
Eulogia y a su hermana les tocó la tarea de cuidar las cabras, ni bien
amanecía, luego de tomar un mate cocido con un pedazo de tortilla con chicharrón
marchaban a pastorear los animales hasta entrada la noche .El cuidado que les
debían brindar a las cabras era total, pues no cabía la posibilidad de que un
animal sufriera algún tipo de percance .Fue en este contexto en que una vez una cabra
quedó enganchada entre los alambres, el
temor de Eulogia por ser castigada la llevo hacer lo imposible por destrabar al
animalito, con la fuerza que puede tener una criatura de seis años logró su
objetivo , a costa de que uno de sus ojitos sufrió una terrible lastimadura.
La imposibilidad de llevarla a un centro asistencial y la
ignorancia de sus parientes le dejaron una huella en ese ojito de por vida, una
visible catarata le cubría prácticamente el ojo. La gente del campo solía
recurrir a soluciones caseras para combatir las enfermedades o accidentes
caseros, a Eulogia le aplicaron barro para calmar el dolor, quizás Dios se
apiadó de su sufrimiento y le salvo el ojito.
Su infancia transcurrió sin juguetes, sin escuela, sin
amiguitas y sin la contención afectiva que una niña de seis años necesitaba. Para
nada el relato intenta ser una copia de los antiguos cuentos infantiles, porque
esta fue y sigue siendo la historia de vida de muchas familias provincianas,
que tratan de sobrevivir en una realidad sumamente hostil. Sin embargo la
protagonista de esta historia jamás se quejó de su pasado, al contrario, les
agradeció a sus parientes por haberlas cobijado e inculcarles el valor del
trabajo, del respeto y del sacrificio.
Su niñez y su adolescencia
transcurrieron en ese ambiente de trabajo, de carencias y de rigor. A los 20
años decidió venir a Buenos Aires, su partida significó un adiós definitivo con
su hermana, a quien nunca más volvió a ver. ¡Muchas veces recordaba con gran
nostalgia esa separación!
Llegar a Buenos Aires no fue fácil y adaptarse tampoco, pero
su llama interior le permitió superar los obstáculos, no sin antes sufrir la
explotación que padecían las provincianas al ingresar al mercado laboral. Basta
recordar que la mayoría de las empleadas domésticas solían trabajar a prueba
durante seis meses sin percibir sueldo, sólo se les brindaba hospedaje y
comida.
Con el tiempo comenzó a recibir un sueldo, lo que le permitió alquilar una piecita en la zona de Vicente López.
Nada era fácil, trabajaba 10 horas diarias de lunes a sábado, pero no todas fueron espinas en esta nueva etapa de su vida, pues la vida le tenía preparada una sorpresa; conocer a Alberto Cruz.
Juntos formaron una familia y vivieron en matrimonio por más de 54 años (Ver el texto; Un santiagueño de ley)
Con el tiempo comenzó a recibir un sueldo, lo que le permitió alquilar una piecita en la zona de Vicente López.
Nada era fácil, trabajaba 10 horas diarias de lunes a sábado, pero no todas fueron espinas en esta nueva etapa de su vida, pues la vida le tenía preparada una sorpresa; conocer a Alberto Cruz.
Juntos formaron una familia y vivieron en matrimonio por más de 54 años (Ver el texto; Un santiagueño de ley)
La flamante pareja no tenía nada, la situación no asustó a
Eulogia, la potenció y colaboró al mismo nivel que su marido para salir
adelante. No se puede dejar de destacar que era una mujer con una fuerte personalidad,
a nada le temía y con su verdad se enfrentaba a quien sea.
Al tiempo llegaron sus primeros hijos, pero jamás dejó de
trabajar y fue determinante para que junto con Alberto compraran un terreno en
la localidad de Villa de Mayo, lugar en donde nacerían el resto de sus hijos.
Es importante conocer a esta mujer, que tantas privaciones padeció en su rol de
madre. Una persona que no conoció el afecto desde niña es muy difícil que pueda
ser cariñosa o demostrar amor.
Eulogia demostraba el amor a sus hijos trabajando seis días a la semana de
sol a sol para que no les faltase comida, sin descuidarlos y siendo una madre
presente. Sin saber leer y escribir controlaba que su prole cumpliera con las
tareas escolares, una vez al mes concurría a la escuela donde estudiaban sus
pequeños para hablar con los maestros y si recibía un informe negativo de
alguno de ellos, los cachetazos y las penitencias volaban por doquier.
Su
gran capital fue su honestidad, la que le permitió sostener las máximas que
inculcó a sus hijos: “Ser pobre, pero honrado”; “Ser pobre, pero limpio “; “Ser
pobre, pero respetuoso”; “Ser pobre; pero trabajador”.
Sus hijos aprendieron la lección desde muy pequeños: no
debían tomar lo que era ajeno y respetar a los mayores era una obligación. El
culto que tenía por la higiene generó en sus descendientes un rechazo total al
ritual de bañarse. Lavarse la cabeza y bañarse eran verdaderos castigos
medievales por la intensidad que le daba a esas acciones.
Hoy
a la distancia y con unos años a cuesta, uno puede comprender porque como madre
le costaba ser cariñosa con sus hijos o ser tan rigurosa con sus nietos, recién
en sus últimos años de vida aprendió a dar y recibir cariño.
No alcanzarían las páginas de un libro para relatar el
esfuerzo que hizo esta mujer para que a su familia no le falte nada, si bien no
supo demostrar el amor que sentía por sus hijos, les enseñó el concepto de
unión entre hermanos, la ayuda al prójimo y les marcó un camino para que cada
uno tenga la opción de seguirlo.
¡Querida Eulogia jamás te olvidaremos y te seguiremos amando
por siempre!