sábado, 6 de enero de 2018

La Grandeza de Los Humildes

Un don valioso que tiene el ser humano es la capacidad para vencer las adversidades que le depara el destino y construir un camino a partir de la nada.
Muchas veces uno valora a personas que marcan o han marcado a la humanidad por los logros obtenidos y tal vez no repara que, en su entorno, también están aquellos que desde el anonimato son ejemplos de sacrifico, lucha y superación.                                                                               
 Este es el caso de Eulogia Pérez, una santiagueña de un metro cincuenta y cinco, pero con una fuerza interior que la transformaba en un gigante difícil de precisar su altura.  A mí me toca, con orgullo relatar la historia de esta hermosa mujer que el 26 de octubre del 2017 a los 93 años nos dejó para siempre. Quizás algunos nunca supieron el porqué de sus enojos constantes, de su mal carácter o de su incapacidad para demostrar afecto. ¡Una verdadera cascarrabias, Doña Pérez!, como solían llamarla.
Conozcamos un poquito de su historia para entender como a pesar de sus padecimientos pudo forjar su destino. Nació en Lugones, provincia de Santiago del Estero el 11 de marzo de 1924, antes de los seis años quedó huérfana y junto con su hermana fueron a vivir con sus tíos a una chacra. Un hogar en donde faltaba de todo, hasta el afecto, por ese motivo cada miembro de la familia tenía la obligación de colaborar con la economía familiar.                                                                           
 A Eulogia y a su hermana les tocó la tarea de cuidar las cabras, ni bien amanecía, luego de tomar un mate cocido con un pedazo de tortilla con chicharrón marchaban a pastorear los animales hasta entrada la noche .El cuidado que les debían brindar a las cabras era total, pues no cabía la posibilidad de que un animal sufriera algún tipo de percance .Fue  en este contexto en que una vez una cabra quedó enganchada entre los alambres,  el temor de Eulogia por ser castigada la llevo hacer lo imposible por destrabar al animalito, con la fuerza que puede tener una criatura de seis años logró su objetivo , a costa de que uno de sus ojitos sufrió una terrible lastimadura.
La imposibilidad de llevarla a un centro asistencial y la ignorancia de sus parientes le dejaron una huella en ese ojito de por vida, una visible catarata le cubría prácticamente el ojo. La gente del campo solía recurrir a soluciones caseras para combatir las enfermedades o accidentes caseros, a Eulogia le aplicaron barro para calmar el dolor, quizás Dios se apiadó de su sufrimiento y le salvo el ojito.
Su infancia transcurrió sin juguetes, sin escuela, sin amiguitas y sin la contención afectiva que una niña de seis años necesitaba. Para nada el relato intenta ser una copia de los antiguos cuentos infantiles, porque esta fue y sigue siendo la historia de vida de muchas familias provincianas, que tratan de sobrevivir en una realidad sumamente hostil. Sin embargo la protagonista de esta historia jamás se quejó de su pasado, al contrario, les agradeció a sus parientes por haberlas cobijado e inculcarles el valor del trabajo, del respeto y del sacrificio.                           
Su niñez y su adolescencia transcurrieron en ese ambiente de trabajo, de carencias y de rigor. A los 20 años decidió venir a Buenos Aires, su partida significó un adiós definitivo con su hermana, a quien nunca más volvió a ver. ¡Muchas veces recordaba con gran nostalgia esa separación!
Llegar a Buenos Aires no fue fácil y adaptarse tampoco, pero su llama interior le permitió superar los obstáculos, no sin antes sufrir la explotación que padecían las provincianas al ingresar al mercado laboral. Basta recordar que la mayoría de las empleadas domésticas solían trabajar a prueba durante seis meses sin percibir sueldo, sólo se les brindaba hospedaje y comida.
Con el tiempo comenzó a recibir un sueldo, lo que le permitió alquilar una piecita en la zona de Vicente López.
Nada era fácil, trabajaba 10 horas diarias de lunes a sábado, pero no todas fueron espinas en esta nueva etapa de su vida, pues la vida le tenía preparada una sorpresa; conocer a Alberto Cruz. 
Juntos formaron una familia y vivieron en matrimonio por más de 54 años (Ver el texto; Un santiagueño de ley)
La flamante pareja no tenía nada, la situación no asustó a Eulogia, la potenció y colaboró al mismo nivel que su marido para salir adelante. No se puede dejar de destacar que era una mujer con una fuerte personalidad, a nada le temía y con su verdad se enfrentaba a quien sea.
Al tiempo llegaron sus primeros hijos, pero jamás dejó de trabajar y fue determinante para que junto con Alberto compraran un terreno en la localidad de Villa de Mayo, lugar en donde nacerían el resto de sus hijos. Es importante conocer a esta mujer, que tantas privaciones padeció en su rol de madre. Una persona que no conoció el afecto desde niña es muy difícil que pueda ser cariñosa o demostrar amor.                                                                                                                                
Eulogia demostraba el amor a sus hijos trabajando seis días a la semana de sol a sol para que no les faltase comida, sin descuidarlos y siendo una madre presente. Sin saber leer y escribir controlaba que su prole cumpliera con las tareas escolares, una vez al mes concurría a la escuela donde estudiaban sus pequeños para hablar con los maestros y si recibía un informe negativo de alguno de ellos, los cachetazos y las penitencias volaban por doquier.                                                      
Su gran capital fue su honestidad, la que le permitió sostener las máximas que inculcó a sus hijos: “Ser pobre, pero honrado”; “Ser pobre, pero limpio “; “Ser pobre, pero respetuoso”; “Ser pobre; pero trabajador”.
Sus hijos aprendieron la lección desde muy pequeños: no debían tomar lo que era ajeno y respetar a los mayores era una obligación. El culto que tenía por la higiene generó en sus descendientes un rechazo total al ritual de bañarse. Lavarse la cabeza y bañarse eran verdaderos castigos medievales por la intensidad que le daba a esas acciones.                                                               
Hoy a la distancia y con unos años a cuesta, uno puede comprender porque como madre le costaba ser cariñosa con sus hijos o ser tan rigurosa con sus nietos, recién en sus últimos años de vida aprendió a dar y recibir cariño.
No alcanzarían las páginas de un libro para relatar el esfuerzo que hizo esta mujer para que a su familia no le falte nada, si bien no supo demostrar el amor que sentía por sus hijos, les enseñó el concepto de unión entre hermanos, la ayuda al prójimo y les marcó un camino para que cada uno tenga la opción de seguirlo.

¡Querida Eulogia jamás te olvidaremos y te seguiremos amando por siempre!